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viernes, 9 de agosto de 2024

El rey que no quería...

En ambos tercer grados trabajamos el cuenyo de Ema Wolf "El rey que no quería bañarse".
Entonces, cada grado inventaron su propia versión. De esta manera comenzamos a trabajar sobre los quehaceres del escritor.
Primero, elegimos que le iba a pasar a este rey. En el caso del A que no quería comer, y en el B que no se quería sacar la armadura. Escribimos que partes no deben faltar como puntéo y entre todos pensamos como contar esta historia.  Luego, en dos instancias,  revisamos que palabras se repetían para suplantarlas y la puntuación. 


Les dejamos abajo el cuento original y los creados por los y las chicos y chicas. 

¡QUÉ DISFRUTEN LAS LECTURAS!


El rey que no quería bañarse 

Las esponjas suelen contar historias interesantes. El único problema es que las cuentan en voz muy baja, de modo que para oírlas hay que lavarse bien las orejas. Una esponja me contó una vez lo siguiente: En una época lejana, las guerras duraban mucho. Un rey se iba a la guerra y volvía treinta años después, cansado y sudado de tanto cabalgar, con la espada tinta en chinchulín enemigo. Algo así le sucedió al rey Vigildo. Se fue de guerra una mañana y volvió veinte años más tarde, protestando porque le dolía todo el cuerpo. Naturalmente, lo primero que hizo su esposa, la reina Inés, fue prepararle una bañadera con agua caliente. Pero cuando llegó el momento de sumergirse en la bañadera, el rey se negó. —No me baño —dijo—. ¡No me baño, no me baño y no me baño! La reina, los príncipes, la parentela real y la corte entera quedaron estupefactos. — ¿Qué pasa, majestad? —Preguntó el viejo chambelán—. ¿Acaso el agua está demasiado caliente? ¿El jabón, demasiado frío? ¿La bañadera es muy profunda? —No, no y no —contestó el rey—. Pero yo no me baño nada. Por muchos esfuerzos que hicieron para convencerlo, no hubo caso. Con todo respeto trataron de meterlo en la bañadera entre cuatro, pero tanto gritó y tanto escándalo hizo para zafar que al final lo soltaron. La reina Inés consiguió que se cambiara las medias – ¡Las medias que habían batallado con él veinte años!–, pero nada más. Su hermana, la duquesa Flora, le decía: — ¿Qué te pasa, Vigildo? ¿Temes oxidarte o despintarte o encogerte o arrugarte…? Así pasaron días interminables. Hasta que el rey se atrevió a confesar: — ¡Extraño las armas, los soldados, las fortalezas, las batallas! Después de tantos años de guerra, ¿qué voy a hacer yo sumergido como un besugo en una bañadera de agua tibia? Además de aburrirme, me sentiría ridículo. Y terminó diciendo en tono dramático: — ¿Qué soy yo, acaso? ¿Un rey guerrero o un poroto en remojo?

Pensándolo bien, Vigildo tenía razón. ¿Pero cómo solucionarlo? Razonaron bastante, hasta que al viejo chambelán se le ocurrió una idea. Mandó hacer un ejército de soldados del tamaño de un dedo pulgar, cada uno con su escudo, su lanza, su caballo, y pintaron los uniformes del mismo color que el de los soldados del rey. También construyeron una pequeña fortaleza con puente levadizo y cocodrilos del tamaño de un carretel, para poner en el foso del castillo. Fabricaron tambores y clarines en miniatura. Y barcos de guerra que navegaban empujados a mano o a soplidos. Todo eso lo metieron en la bañadera del rey, junto con algunos dragones de jabón. Vigildo quedó fascinado. ¡Era justo lo que necesitaba! Ligero como una foca, se zambulló en el agua. Alineó a sus soldados y ahí nomás inició un zafarrancho de salpicaduras y combate. Según su costumbre, daba órdenes y contraórdenes. Hacía sonar la corneta y gritaba: — ¡Avanzad, mis valientes! Glub, glub. ¡No reculéis, cobardes! ¡Por el flanco izquierdo! ¡Por la popa…! Y cosas así. La esponja me contó que después no había forma de sacarlo del agua. También, que esa costumbre quedó para siempre. Es por eso que todavía hoy, cuando los chicos se van a bañar, llevan sus soldados, sus perros, sus osos, sus tambores, sus cascos, sus armas, sus caballos, sus patos y sus patas de rana. Y si no hacen eso, cuéntenme lo aburrido que es bañarse.

El rey que no quería comer

Hace mucho tiempo un plato me contó  que un rey llamado Vigildo volvió luego de haber estado veinte años en la guerra. Cuando llegó al palacio la reina Inés, su esposa, lo esperaba con la comida creyendo que estaría muy hambriento, pero el rey se negó a comer. Entonces ella junto a los ayudantes del palacio intentaron averiguar qué le pasaba haciéndole preguntas:-¿Está muy caliente? ¿Está demasiado fría? ¿Sabe extraño?- Además continuaron indagando si  la carne estaba cruda, quemada o muy picante. A lo que el rey respondió:-Ninguna de esas razones, lo que pasa es que me aburre comer porque extraño la guerra.

Uno de los ayudantes pensó que quizás le gustaría un banquete guerrero y  la reina le pareció una muy buena idea. Entonces armaron una mesa llena de comida.

El banquete guerrero tenia papas con forma de  escudos, papas redondas  como bombas, tortas con forma de castillo rellenas de mermelada roja. También tenía soldados de carne rellenos con salsa roja, un cañón de pan que disparaba aceitunas. Las bebidas las sirvieron en vasos con dibujos de soldados y los platos tenían el dibujo del rey en la guerra. Luego le dijeron mirá todo lo que te preparamos, tiene forma de todo lo que viste mientras estabas en la guerra.

El rey cuando lo vio dijo:-Gracias por hacerme recordar los momentos felices de la guerra- Inmediatamente comenzó a comer y cuentan que no dejó de hacerlo hasta el último día de su vida.

El rey que no quería sacarse la armadura 

Luego de una guerra el rey cansado de batallar llegó a su castillo. Su esposa, Ines, quería abrazarlo pero no pudo porque tenía la armadura. La reina le pidió a su esposo si podía sacarse el traje de batalla para darle un abrazo y él se negó, ella solo consiguió sacarle el casco. La hermana de Vigildo,Flora, fue a hablar con él y le preguntó si tenía miedo a oxidarse. 

Pasaron días, semanas y meses y el dueño del castillo confiesa que no quería sacarse la armadura porque estaba acostumbrado a usarla. Un viejo de la corte se enteró de la cuestión del rey. Buscó una solución y le preparó una ropa de algodón pintada como si fuera su ropa de guerra, se lo entregó a Vigildo y por fin se sacó su vestimenta protectora. 


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